Hoy
voy a hablar de amor. No de las cosas que amo, ni de lo bien que se
siente querer algo. No del placer que me producen las palabras, ni de
cuánto me calma encontrar el verso que explique lo que me pasa. Voy
a hablar de algo que tengo tiempo sintiendo pero que todavía sigo
sin entender.
Honestamente
no sé cómo empezar con todo esto. Iba a decir que es la tercera vez
que lo intento, pero la verdad es que perdí la cuenta. Estoy a punto
meterme en un terreno que desconozco. Sinceramente nunca navegué
estos ríos, esto de remarla no es lo mío. A mí las embarcaciones
pequeñas me dan miedo, también la oscuridad y que la cama sea
demasiado grande. Y que una noche aparezca un vampiro y me chupe toda
la sangre, eso se lo debo al crucifijo que había al final del
pasillo en mi casa de pequeña. Los ojos de Jesús brillaban y yo
pensaba que era un monstruo. También me da miedo que todo cambie de
repente y yo me entere tarde o nunca me entere y me pierda de todo lo
bueno que tienen los cambios. 21 años de un constante miedo a las cosas.
A que de repente comience a sentirme bien y ya nada me preocupe.
Miedo como un modo de supervivencia y bueno, básicamente, mi peor
miedo aconteció: me enamoré. Y si te dicen que estar enamorado es
lo máximo. No les creas.
Y
yo no sé cómo te pasa a vos, pero para mi amar es como tener un
Alien a punto de salir del pecho, aunque no esté muy segura. Creo que es algo que te golpea desde adentro
exigiendo un poco de oxígeno. Intentando controlar cada célula de
tu cuerpo y si crees que cuando estás con otro estás bien y seguro:
eso es falso. A mi me gusta que me cuestiones. Que me saques de mis
zonas de confort y me expongas. Enamorarse es derribar todas esas
seguridades que tenías, es acabar con esas falsas certezas y es
saber que siempre vas a estar al borde del abismo.
Es
un shock de adrenalina, es segregar químicos que no sabés muy bien
qué hacen pero si no los tenés se siente mal y cuando los tenés
también. Pero una vez que tu cuerpo comienza a crearlos ya no querés
una vida sin ellos. Sí, como la droga.
El
amor es un motivo para vivir y vivir es caminar, es avanzar y no
estancarse. Es tomar riesgos, es saltar al vacío sin saber si abajo
va a haber algo esperándote pero ansiando que te agarren esos brazos
y te dejen acurrucarte porque hace frío, porque está oscuro y
porque quizás un vampiro venga a atacarte. Amor es que esos brazos
no te digan que los vampiros no existen sino que te digan que van a
clavarle todas las estacas cuando aparezcan.
Amor
es entrega, es confianza. Es despojarse de todo lo propio para vivir
en plural. Es
ya no poder hablar en “mí” y arrancar a hablar solo en
“nosotros”. Y esto no es porque yo esté atada a vos o viceversa
porque esto no es un nudo que alguien hizo. Esto
es algo que nos excede,
estamos
atraídos tenemos
la libertad de poder irnos
cuando querramos pero sabemos que no va a suceder y si llegara a
pasar, por decisión o equivocación, siempre vamos a volver. Porque
el otro es el mejor lugar para estar y no es algo físico, no hablo
de cuerpos tocándose. No hablo de ese hueco que hacen tus
brazos donde yo
entro perfecto. Federico es mi hogar y hablo de familia. Hablo de ese
lazo que no se entiende pero se siente. Como el amor al club o a la
vieja, es algo que no manejamos.
Es
hacer tan de uno al otro que uno no puede dirimir muy bien donde
comienza lo propio y termina lo ajeno. Es una y otra vez acabar con
lo propio y lo ajeno.
Amor
es que cuando soñé que morías se sentía como si desgarraran una parte de mí. Fue muy real, era como si fueras mi brazo izquierdo
o derecho o alguna de mis piernas y se sentía como si me arrancaran
eso que eras, en mí o de mí. Y el dolor era como la idea que tengo
del desmembramiento pero lo que pasaba era que morías vos, que en
realidad sos otro, pero como no podemos diferenciarnos muy bien es
complicado entenderlo, y, aparte, estabas lejos (tan lejos que la
llamada, para avisarme, pagaba tarifa internacional) pero igualmente
se sentía como si me arrancaran una parte de mi cuerpo.
Creo que, ahora sí, entiendo lo del Alien en el pecho.