Nueves
meses creciendo, dentro.
A
la par, una con la otra.
(…)
La
admiro en silencio,
le
tengo tanto terror
(como
sinónimo de un respeto absurdo)
que
nunca podría confesarle cuánto
siento
por ella.
Le
pasa lo mismo, se le nota.
Somos
tan iguales que asusta.
No
somos dos caras de una misma moneda,
somos
monedas distintas.
Dos
entes paralelos que
fueron
obligados a vivir perpendicularmente.
Dos
seres que resultan uno,
pero
nunca dejan de ser independientes
(…)
La
gente que la conoce
(no
los que la saben)
tiende
a sentirse incómoda
cuando
digo que ella es mi madre,
aún
hoy sigo sin comprender
que
es lo que los altera de ella,
¿será
acaso su lengua filosa que corta a todo aquel que ose mentir?
¿Será
su prosa verborrágica, la cual hiere sin culpa?
¿Será
su mirada dulce, cálida e intimandte?
¿Será
su blanca tez, pura como su alma?
¿Será
su flamante (y torcida) sonrisa aún después de tantas adversidades?
Sinceramente,
no
comprendo, cómo es que alguien
puede
sentirse intimidado por un infante.
Sí,
acabo de llamar a mi madre infante...
lo
es en todo:
curiosa
inocente
pícara
alegre...
(…)
De
las palabras de mi madre nada he aprendido,
sus
actos son los que me han forjado.
Como
se forja el hierro, en caliente.
La
calidez de la familia es la que me ha formado.
Pese
a las olas de frío polar, a las distancias (físicas y mentales)
ya
llevamos 21 años creciendo, fuera.
A
la par una con la otra.