4.9.13

Hablemos

Hablemos,
que al fin y al cabo de eso estamos hechos: de un sinfín de palabras que fuimos acumulando a lo largo de nuestra vida
¿te acordás de tu primera palabra?
Mis viejos me contaron que mi primer vocablo era algo inexistente, cuando ellos esperaban un “mamá”, “papá”, “algorreal” yo los ví y les dije: piticó. Según mamá lo dije porque soy poeta de primera hora pero la verdad es que soy mañosa. Los niños tienden a ofuscarse por no poder mencionar las cosas que quieren yo, en cambio, junté todas las sílabas que encontré y señalando mi pelota rosa con pintitas verdes grité: PITICÓ!
Enzo y Rosario, amantes de Cortázar, supieron, en ese momento, que habían engendrado un monstruo. Atónitos frente a esa primera palabra o a esa primera unión de más de dos sílabas (que sonaban bien) preguntaron: ¿qué querés? Automáticamente respondí: pelota. Yo sabía que era una pelota, pero por mucho tiempo la seguí llamando “piticó”.
Y esto me lleva a una de mis filosofías de vida: no me importa cómo mencionar las cosas
o cómo se mencionan,
no me importa si me dicen palabras que no existen:
me importa que se hable y que se diga, siempre, lo que se siente
y que cada vez que del pecho te empiece a sonar un ritmo
(conocido o no)
tus labios se animen a bailarlo.
Y no tengas miedo,
nunca, de pisar al otro,
ni de tropezar con vos mismo.
No dejes nunca de bailar, porque cuando los labios se van a dormir temprano, mientras tu cuerpo sigue de fiesta, empiezan los problemas. Porque callar está bien,
pero detener esa vibración.
Detener a tu esqueleto cuando se mueve para todos lados,
cortar las tripas cuando te asfixian...
frenar a la avalancha antes de que arrase con todo...
esas cosas no sé si se perdonan.
Entonces,
ahora,
quiero que hablemos y esto va a ser algo entre vos y yo. Nadie más. Esta sala de golpe se vacía y quedamos: yo, con un par de reproches, y vos, que espero tengas bastantes, buenas, excusas.
Hablemos:
sobre el tiempo que derrochas buscando silencios ajenos.
Te veo
y
recuerdo al pibe que en el recreo del colegio saltaba sobre la caja de Baggio, Matías no lo hacía para demostrar que era fuerte (porque él sabía que cualquiera le pateaba el culo)
él
hacía eso para que todos hagan silencio y giren la cabeza hacia su ubicación.
Matías no “cortaba ni pinchaba”, era siempre un grito silencioso.
Hijo de ricos,
el clásico niño que Cris Morena quiere salvar.
Matías no sabía hablar, no se esforzaba por esbozar un “piticó”, apenas si podía abrir la boca para juntar un poquito de aire que lo mantenga vivo.
Matías era el rey del bullying,
simplemente que en los '90 nadie sabía eso...
porque esa palabra esredosmil
y
nosotros
somos de otra época.
Una época donde se jugaba en la vereda y si había algún problema se le ponía el pecho y no mandábamos a nadie a callar, no sin antes plantarnos.
Y a Matías,
como a vos,
siempre le faltó eso:
le faltó levantar la cabeza,ponerelcuerpoyescuchar... escuchar lo que les pasaba dentro. Hizo tanto ruido con sus cajas explosivas que no pudo escuchar ninguna de las guerras internas que estaba viviendo.
Pará un poco,


(pausa)


regalate algo de silencio.
Escuchate,
escuchá eso que suena dentro, eso que hace que tus huesos tiemblen. No es frío: es algo dentro tuyo que quiere decirte algo.


Y ahora te hablo a vos:
no te calles,
nunca dejes de juntar sílabas, por más absurdas que suenen
y
cuando te subas al escenario:
deja que tus labios bailen el ritmo que suena en tu cuerpo. Rompé todos los vidrios del lugar con tu vibración, pero no dejes de que te callen. Que tu Matías,
solitario
y
eterno infante
siga saltando sobre las cajitas de Baggio pero no lo dejes saltar sobre tu cabeza.
Que el único que salte seas vos y hacelo bien alto, intentando sostenerte en el aire para que tus pies nunca más toquen el suelo. Quizás,/así,/algún día,/logres volar.