24.3.13

Enzo


Cuando pequeña papá me levantaba todas las mañanas a las 5,
Enzo me levantaba dos horas antes
porque daba tantas vueltas para desayunar que sino
terminaba llegando tarde.
Recuerdo que mi vida entera era su café con leche
para el desayuno, mi vida entera era ese momento privado
que teníamos nosotros entre lagañas y charlas...
pero el preparaba muy caliente ese momento
y yo no tomo cosas calientes.
No tomo nada que me lastime la boca
que debo usar para poder regalarte los versos que me salen
cada vez que te pienso viendo Cha Cha Cha y riendo a carcajadas, sin importar que
eran las dos de la mañana y todas las luces del barrio estaban apagadas.
En ese entonces tampoco tomaba nada que me lastime,
que me rompa en pedazos
como yo rompía las tazas porque estaba dormida
y no lo notaba.
El humo espeso me daba sueño,
entonces papá ponía un cubito de hielo en el café
para que se acelere el proceso y yo no demore tanto,
mientras untaba las tostadas con la mermelada casera de mamá,
una madre que dormía hasta las 8 todos los días
y la cual recibía su desayuno en la cama.
El pobre hombre era un mártir,
ese historiador sacroanarquista que me enseñó los números romanos antes que las letras,
que me contaba hechos históricos como cuentos para dormir
ese tipo que odiaba las monarquías, había inventado su propio reinado.
Donde él era un simple vasallo, sirviéndole a sus dos reinas.
Para nosotros no era el rey, porque “rey hay uno solo y está en el cielo”
decía mamá siempre, para nosotros ese hombre era
un café con leche pasando de taza en taza para que nuestras bocas no se lastimen,
mamá tampoco toma cosas calientes.
Hoy con mamá nos levantamos a cualquier hora,
yo ya no tomo café, ni caliente ni frío. Una chocolatada helada
que me cale los huesos como me caló los huesos la noticia
de que ya no nos íbamos a levantar a las 5.
Rosario toma café amargo, como el sabor de las horas que le quedan en el día.
Igual ya no nos preocupa tanto, porque...
la mermelada sigue estando sobre la mesa
y rey hay uno solo y está en el cielo.

6.3.13

Neverland


Yo tenía la certeza de que Neverland era el paraíso
y que por eso si hacías trampa no te daban tantos tickets.
¡PERO NO!
Neverland es el purgatorio,
el lugar donde los burócratas tienen oficinas ostentosas para albergar sus enormes culos sedentarios.
¿Cómo que no puedo cambiar este montón de buenas acciones?
¿Cómo que ya cerraste la caja?
¿Por qué no me avisaste antes?
Explicame: ¿qué le voy a decir a todos aquellos que me vean volver?
¿Vos sos consciente de que todos van a flipar?

(…)

Estos edificios están tan cerca de Dios,
como del mismísimo diablo.
Cielo e infierno, dos cosas trabajando a la vez.
Lo primero: un trámite, el segundo... la cola que tenés que hacer para conseguirlo.
Me la juego que los enviados del diablo son las viejas de mierda.
Contrarias al Dios Estado, adoradoras de las dictaduras y de hablar con desconocidos...
expliqueme señora, ¿su madre no le dijo que con extraños no se habla? ¿Que eso es pecado?
Los ángeles no son mucho mejor,
son los que están tras la ventanilla del trámite.
Son los que recién te dijeron que no podés canjear ese montón de tickets porque: es tarde, volvé mañana.
Lo peor es que te vas, a esa nada que es tu vida y cuando llegás al otro día
y superas esas señoras tan paquetas como conchudas
descubrís que la porción de cielo que te ganaste con 55 buenas acciones
es un anotador del Sapo Pepe.
Y en ese momento,
en ese preciso instante,
comprendés que, al igual que los burocratas
y los rascacielos,
el cielo es otra mera construcción capitalista