Se que todos esperan que comience esto
con una frase del tipo: la vida es una mierda. Pero no pienso
complacerlos.
Me gustan las burbujas de la soda, me
hacen bien. Felicidad automática, como una película de mierda o un
pedazo de chocolate blanco. Que nisiquiera es chocolate. Lo efímero
de lo efímero.
Me levanto. No me quejo. Me cambio. La
casa no se parece a Kosovo, la casa está en orden.
La vida es una mierda.
Salgo, me subo a mi flamante nueva
bicicleta. Es domingo, hay sol. Los domingos son aburridos, me
fascinan las cosas aburridas. Lo estoy disfrutando. Aparece un
tachero, que no entiende nada de la vida y quiere explicarme que debo
ir por una bicisenda. Me está gritando demasiado. Es domingo.
Mi sonrisa comienza a borrarse. No me
lo puedo permitir.
Tomo las riendas de la discusión, lo
hago con sutileza.
“Señor, hoy no me va a gritar. No,
no y no. Hoy no me va a gritar porque es domingo y porque estoy
enamorada”. Termino la frase y caigo en la cuenta de que estoy
enamorada y no tengo el aguante suficiente para confersarlo y que al
primero que se lo digo es a un tachero. Clavo el freno, prácticamente
me voy de boca.
No hay burbujas.
No hay entradas para el cine.
No hay pseudo chocolate.
La vida, al fin y al cabo, es una
mierda.